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Mi tierra

El mar choca contra las rocas. Las gaviotas parlotean entre ellas. Puede que hablen de que se está levantando el viento y es hora de buscar refugio.

Los cabos de los barcos comienzan a cabrearse y a hacer ese típico ruido que sólo los que hemos vivido en los pantalanes de los puertos, pescando y cazando cangrejos, conocemos. Un ruido que para otros sería desagradable pero que, a mí, me hace sentir en casa.


Las palmeras también empiezan a moverse. La bandera de España ondea duramente, como si quisiera anunciar que es hora de continuar el paseo dentro de la ciudad. Los marineros empiezan a asegurarse de que todo está en orden, mientras que Cartagena se prepara para un vendaval.


Y cuento esto porque, al cerrar los ojos, cuando imagino mi ciudad, esto es lo que se me viene a la cabeza.

Mar, sol, viento, barcos y gaviotas.

Es curioso lo que uno siente cuando está en su tierra y, lo mejor de todo, es que cada uno tenemos una, por lo que todos estáis entendiendo perfectamente de lo que estoy hablando.

Es esa sensación de paz, de tranquilidad, incluso cuando el viento choca contra tu cara, el mar te salpica y el agua te nubla los ojos.

Es esa sensación de seguridad. Como si allí nada malo fuese a ocurrir. Como si allí las malas noticias no llegaran. Como si tu tierra fuera un rinconcito apartado del mundo. Tu pequeño rinconcito. En mi caso, lo puedes encontrar al sureste español, bañado por el mar mediterráneo. Lo puedes encontrar escondido entre colinas y protegido por todos aquellos que, como yo, presumen de ser cartageneros.

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¡Feliz San Valentín! :)

Nunca he sido muy de San Valentín. En realidad, nunca he sido de ninguna fiesta a la que no le encuentre una razón histórica, e incluso a veces ni eso. Nunca he comprado nada ni he salido a cenar con motivo de este día.

Sin embargo, desde hace algún tiempo empiezo a encontrarle un sentido, o más que un sentido, le empiezo a tener simpatía.


Tenemos el día del padre, el día de la madre, el día contra el cáncer de mamá, el día por las víctimas del terrorismo e, incluso, tenemos el día de la radio, del profesor o del médico.

Sin embargo, es este día el que crea discusión e incluso rechazo e, igual que no lo entendería del resto, empiezo a no entenderlo de este. Es más, quizás son esas reacciones las que me hagan un poco más defensora.

¿Por qué no celebrar el día del amor? ¿Acaso hay algo más bonito para celebrar? Para mí, hoy se celebra que has tenido la suerte de tener una persona especial con la que compartirlo.


Cada año hay dos grupos que se quejan de este día; los emparejados que se sienten forzados a celebrarlo y los que no tienen con quién y muestran sus frustraciones en público a través de las distintas redes sociales.


A los primeros, cada uno elige cómo celebrar San Valentín, nadie está obligando a nadie a regalar nada. Más me fastidiaba a mí pasarme dos semanas en el colegio preparándole una taza a mi padre que, probablemente, iba a ser horrorosa y absolutamente inútil.


Y a los segundos, mi sector favorito, tened paciencia, algún día tendréis con quien salir a cenar hoy, ya que estoy segura de que en el momento que estéis felizmente ennoviados dejaré de leer esas entradas con frases tan quemadas como que hoy es el día de 'El corte Inglés'.


Mientras tanto podéis seguir celebrando Halloween, gastando en disfraces y en pintura. Al fin y al cabo, esa fiesta está mucho más justificada.

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Como la mía

Está amaneciendo. Los pájaros anuncian un nuevo día mientras que la gente empieza a llenar las calles de la ciudad. La ciudad, una que no es mía, y que nunca lo será.

La gente va de aquí para allá, con sus tés en la mano, mirando con torpeza los nuevos correos de sus móviles. Se chocan los unos con los otros pero, aún así, no faltan ni sonrisas, ni disculpas. La amabilidad inglesa, ya me entendéis, toda una fachada, pero de eso no vengo a hablar.


Yo permanezco al otro lado de la ventana, observando, preguntándome cómo serán sus vidas. Preguntándome si amanecen solos, si realmente suspiran por una vida que no tienen o si al acabar el día tienen algo que merezca la pena contar, o recordar.


Me pregunto si todas sus sonrisas no son más que la coraza de una nostalgia escondida por lo que no se tiene, y se desea.

Sonrisas como lo mía.

He corrido las cortinas y me meto en la cama. Realmente, no hay nada ahí fuera que me merezca la pena observar.

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