Como la mía

Está amaneciendo. Los pájaros anuncian un nuevo día mientras que la gente empieza a llenar las calles de la ciudad. La ciudad, una que no es mía, y que nunca lo será.

La gente va de aquí para allá, con sus tés en la mano, mirando con torpeza los nuevos correos de sus móviles. Se chocan los unos con los otros pero, aún así, no faltan ni sonrisas, ni disculpas. La amabilidad inglesa, ya me entendéis, toda una fachada, pero de eso no vengo a hablar.


Yo permanezco al otro lado de la ventana, observando, preguntándome cómo serán sus vidas. Preguntándome si amanecen solos, si realmente suspiran por una vida que no tienen o si al acabar el día tienen algo que merezca la pena contar, o recordar.


Me pregunto si todas sus sonrisas no son más que la coraza de una nostalgia escondida por lo que no se tiene, y se desea.

Sonrisas como lo mía.

He corrido las cortinas y me meto en la cama. Realmente, no hay nada ahí fuera que me merezca la pena observar.

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