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callarme en tu silencio.

De nada sirve besar si no te arden los labios. Renuncio a todos los besos vacíos con tal de conseguir uno que me queme el alma, que me haga no querer otra sensación más que la del fuego que solo tu me ofreces. Renuncio a dar la mano por la calle si tan solo consiste en un símbolo convencional. Solo agarraré la mano para que se deslicen unas cadenas y que nuestras almas se encadenen para siempre. Introducirme en tu mundo sin preocuparme cual es. Arrastrarme contigo vayas donde vayas. Que me secuestres. Hacer que todo sea secundario. Convertirte en lo primero. Hacer que este amor sea más que la idealización de un alma insatisfecha. Quererte hasta que mi corazón sangre. Vivir por ti, morir contigo. Que me abraces y se pare el tiempo. Romper los relojes. Ser nosotros y luego el mundo. Olvidar las reglas y jugar con la prohibición. Reirnos de las normas y crear nuestras leyes. Crear nuestro propio silencio. Mirarnos y que nuestras almas se hablen. Demostrarme que, en algún lado, existes, y me esperas.

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Su reflejo.

Para ellas el suicidio es más que una opción. Refugiadas en sus casas pasan unos días que parecen no terminar. Algunas evitan mirarse al espejo, o, incluso, miran al suelo por miedo a encontrar su realidad en un reflejo. La luz les hace daño, y deciden privarse de ella.

Ya son cuatro las mujeres colombianas con la cara deformada. Una bofetada, un corte o un empujón parece ya saberle a poco a todos esos hombres que creen superar al mundo, y, lo peor, que saben que pueden superar a la ley.

La venganza parece que se vuelve a servir en caliente. 
La nueva forma de maltrato se está afianzando en las calles colombianas: arrojar ácido sulfúrico en los rostros de las mujeres.
Muchas de ellas sienten vergüenza cada vez que salen a la calle. Las leyes no las amparan. Este acto no está considerado como un intento de homicidio y, ante la ley, es similar a una patada. 

Sienten como la gente las observa, miran de un lado a otro con el miedo a toparse con su maltratador, quien sigue paseando impune por un país que valora enormemente la belleza.

No está mal pensado. Ellos son libres mientras ellas están condenadas a mirar cada día su reflejo.

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Más cerca del adiós.

Sentada en el autobús miraba por la ventana.

Un tráfico caótico, ruidos de bocinas que le impedían escuchar sus pensamientos, calles iluminadas que se intercalaban con callejones oscuros, personas que paseaban, otras que corrían de un lado a otro y otras que esperaban.
Se asomó por la ventana y respiró el aire porteño.
Cerró los ojos mientras el viento le chocaba en la cara.
La gente la miraba y le sonreía. 
Pasó al lado del obelisco. Tan majestuoso, tan solemne.
Metió la cabeza de nuevo en el autobús. 
Un chico la miraba desde su asiento. Ella agachó la cabeza. Él la seguía mirando y ella lo sabía. Era guapo, muy guapo. Tenía los ojos pequeños pero penetrantes, pelo rizado y piel morena. Le sonrió y sus blancos dientes casi deslumbraron a los pasajeros, o eso le pareció a ella.
Se puso nerviosa. 
Pensó en acercarse, en presentarse, en sentarse a su lado, en saltarse su parada y perderse con él por la ciudad, en conocerlo y dejarse conocer, en arriesgarse.
Pero ella se marchaba.
Miró de nuevo por la ventana. Se le empañaron los ojos. Se iba. Le quedaba apenas un mes para cruzar de nuevo el mar hasta llegar a su hogar.
Su hogar.
Miró la Avenida 9 de Julio. Vio pasar el autobús que la llevaba cada día a su facultad. Pasó por delante del supermercado donde compraba cada lunes, por su lavandería, por su restaurante favorito, por la tienda de complementos donde, cada fin de semana, se permitía un capricho...
Quizás Buenos Aires ya era su nuevo hogar.
Llegó a su parada y el autobús paró. Se bajó y se dio la vuelta.
El chico la miraba por la ventana colocando una mano en el cristal.
Ella le sonrió. 
"Quizás en otra vida"; pensó
Se giró y empezó a andar.

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¿Igualdad?

El otro día paseaba por la avenida de mayo y, al llegar a la casa rosada, pude ver a cientos de personas celebrando "algo". 

Había camionetas con gente bailando, banderas de colorines y muchas parejas homosexuales.

Era fácil deducir que se estaba celebrando "el día del orgullo gay". Al llegar a casa me puse a pensar en ello. 

Es curioso. Los homosexuales reclaman igualdad, pero, sin embargo, yo no veo que exista ningún "día del orgullo hetero". Cuando se celebra algo damos por hecho que se trata de algo meritorio o excepcional. 

En mi opinión, ser gay es excepcional y, reconocerlo, algo meritorio. Pero, por lo que tengo entendido, ellos no lo consideran así. Consideran que es igual de normal ser homo que hetero e igual de meritorio reconocer ser cualquiera de los dos. 

Sin embargo, ahí los veía celebrando ser homo mientras los heteros continuábamos nuestra vida normal. 

Con esto no quiero decir que este en su contra, ni mucho menos. Los entiendo y los apoyo pero, desde luego, con este tipo de fiestas noto una gran contradicción en su pensamiento.

El mismo sentimiento tengo hacia "el día de la mujer trabajadora". En mi vida celebraré ese día hasta que no haya un "día del hombre trabajador".

Mujeres trabajadoras y homosexuales... ¿Queremos igualdad? Pues habrá que empezar por demostrarla nosotros primero y, quizás, uno de los primeros pasos sería NO celebrar este tipo de fiestas.

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a Buenos Aires.

La lluvia choca contra los cristales. Miro por la ventana. La avenida 9 de Julio continúa su actividad.
Multitud de coches que conducen con destino, o muchos que conducen sin él.

La gente cruza rápidamente la avenida. Paraguas que tropiezan unos con otros, que te impiden ver quien es la persona que lo porta.
Ruido de sirenas, de coches, de pitos de una policía que intenta con desesperación regular un tráfico caótico. Una ambulancia que se aleja y otra que se acerca desde el obelisco. Un autobús que se para. Puedo oir la moneda entrando en la máquina y la puerta cerrarse.

Un relámpago ilumina una calle que no conoce el silencio. La gente mira al cielo y acelera su paso.Un trueno ahoga los demás ruidos. La lluvia se densa.

Sigo mirando por la ventana.

La agitación del día o la aceleración de cada instante te impiden pararte a ver los pequeños detalles. Una mujer utiliza el diario "Clarín" como paraguas, el semáforo de peatones parpadea 11 segundos antes de ponerse en rojo, una niña que salta en un charco o una pareja que se despide bajo la lluvia antes de que ella suba al taxi.

Miro el cielo, continúa encapotado.

Me gustan estos pequeños instantes en los que el tiempo parece permitirte un momento para ir despacio, un momento para observar, para valorar y para conocer esta ciudad.

La ciudad que nunca duerme.

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ventajas de la democracia.

La madre del asesino de Marta del Castillo visita mañana La noria, de Telecinco.
Cobrará 10000€ y no es muy difícil deducir en que lo va a gastar.
Españoles, gracias a "Telecirco" vamos a pagarle entre todos la fianza al Cuco, asesino de Marta.
¿Qué es lo más preocupante?
Que lo sabemos. Lo sabemos y, aún así, muchos españoles mañana, a las 22:00, estarán sentados esperando ver la entrevista.
 Todas esas personas que colocan a "Telecirco" como la cadena más vista en España son lo que luego, en las elecciones, votan al PSOE. Son la mayoría, y así es la democracia, señores.
Luego "Los indignados" se quejan del sistema, y lo entiendo. Pero empecemos por asumir que España es un país de catetos donde no solo fallan los políticos.

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Valores perdidos

Hay cosas en esta vida que nunca deben pasar de moda. Con la modernidad y la igualdad de sexos se han quedado por el camino algunos valores que nunca deberían desaparecer.

La caballerosidad.

¿Dónde quedó el que un hombre te quite el abrigo? ¿Dónde están esos hombres que te ceden su asiento en el autobús o que te abren la puerta?
Yo os lo digo. En otra generación.

Con el paso de los años, las nuevas generaciones han matado la caballerosidad. ¿Quién tiene la culpa? Podríamos pensar que parte de ella la tienen los hombres, quienes se han acomodado a la nueva era de una manera muy rápida. 

Pero lo que me aterra es el pensar que las culpables de esta pérdida somos nosotras, las mujeres, confundiendo la educación y las buenas maneras con el machismo.

La caballerosidad proviene de la palabra caballero, hombre que se comporta de una manera noble y cortés. Nada más lejos del machismo.

Con nuestro sexo encontramos unos valores intrínsecos que no siempre compartimos con el otro género. 
La caballerosidad debe formar parte de la vida diaria de los hombres.

Vemos como nuestros padres nos cuidan, nos hacen sentirnos protegidas... ¿Eso es machismo? No. 
Esa es la forma con la que un hombre demuestra su clase, su educación, y el amor y respeto que te profesa. 

Si las nuevas generaciones pierden estos valores, pregúntense hasta que punto es beneficiosa la modernidad.

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Pequeños pasos.

No es la primera vez que escribo un blog.

La última vez me involucre tanto que mis palabras tenían un destino, que cada letra formaba otro nombre, que cada coma escondía un mensaje, un consuelo o un rencor.
Hoy escribo para mí. Escribo por pasión, por vocación. 

Si alguno de vosotros decide sumergirse en esto conmigo deberá saber quién soy, aunque, quizás, sólo tenga que leerme para saberlo.
No sabría definirme. Creo que soy complejamente fácil. Cada uno de mis pasos es un impulso predecible con cuyo resultado me ahogo durante días. Soy dramática y lo seré hasta que mi peliculera vida ponga "The end".

Creo que en la amistad verdadera, en la fuerza de la familia, en el amor eterno e incondicional, en la pasión por tu trabajo y en la importancia de tener valores. 

Por todo ello soy inconformista, insatisfecha permanente, luchadora, exigente y crítica con mi mundo y conmigo misma.
Pero lo que realmente os interesa es que soy periodista, o por ello lucho.

Creo que un título no te hace periodista, quien realmente lo es, lo sabe. Son cosas que se sienten y que intentaré demostrar durante toda mi vida.

Pero, por hoy, solo empezamos con este blog.

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