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La realidad de vivir en Londres



Llevo ya unos días leyendo distintos blogs donde la gente explicaba su experiencia en las distintas ciudades de Inglaterra donde, como todos sabemos, muchos españoles, jóvenes y no tan jóvenes, se han tenido que mudar en busca de oportunidades.
Gracias a estos blogs una se va haciendo una idea de lo que se puede encontrar, y poder ir descartando. Por ello, me ha apetecido escribir esta entrada, sobre todo para aconsejar, rotundamente, NO venir a vivir a Londres.
Londres es una ciudad fría. Y vosotros diréis…¡Vaya novedad! Pero es que es fría hasta con 30 grados. Es fría hasta cuando las nubes deciden darnos tregua y regalarnos unos tímidos rayitos de sol, escasos durante el año, que no aguantan más de un par de horas en el cielo.
Londres es una ciudad cara. Otra vez pensaréis que vaya novedad, pero realmente creo que no sabéis hasta que punto. Tienes que pagar hasta por respirar. Quien no es pobre, aquí se siente pobre. Salir a comer, al sitio más barato posible (descartando Mc Donalds, Burguer, Pret a Manger… etc) no te sale por menos de 12 pounds, unos 14 euros. Eso el sitio más, más, más, barato. Y otra meta es encontrar ese sitio. ¿Salir de fiesta? Pues a 3’5 pounds la cerveza más barata, a 20 pounds la entrada a la discoteca (sin consumición, claro) a 8 pounds el cubata… plantéate si te merece la pena. El transporte te cuesta un riñón. Dejémoslo ahí. Yo suelo pagar 5 pounds al día, unos 6 euros. Eso, cada día de cada semana de cada mes, pues haz cálculos. También te digo que es casi como pagar un alquiler, ya que te pasas metido en el metro un 20% de tu día y eso, para los que hemos crecido paseando junto al mar, es una pena y un sacrilegio. 
Londres es una ciudad para vivir entre ratas. Y no, no exagero. Yo he pasado por 4 casas donde he visto de todo… y pagando (a medias con mi pareja) unos 650 pounds al mes, (770 euros, así a ojo) POR UNA HABITACIÓN. Y sí, oiréis que esa es la esencia de venir a vivir a Londres; compartir casa con gente de todas partes, conocer nuevas culturas y relacionarte con personas distintas. La realidad es que vives con gente a la que no han educado como a ti, que no sabe lo que es un trapo, ni quitar los pelos de la ducha, ni fregar la sartén, ni pasar una aspiradora. Gente que le pasa un ratón por los pies y ni se inmuta. Lo cierto es que mis mejores compañeros de piso han resultado ser españoles (aunque “cafres” hay en todos los países).
Londres es, en definitiva, una ciudad que se alimenta de su interés turístico, pese a no cuidar demasiado bien el trato a los turistas. Se alimenta de la necesidad de los extranjeros de aprender inglés, y se desarrolla y crece de sacarnos a nosotros hasta el riñón, de ofrecernos, literalmente, mierda, que nosotros vamos a aceptar porque hay que hacerse con el idioma a toda costa.
Habrá opiniones de todo tipo, pero yo no aconsejo Londres ni para venir de viaje. Es fría, apagada incluso con la luz de los carteles de Picadilly iluminándote la cara, es egoísta, desconsiderada, pretenciosa y creída. 

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Un lugar para ser feliz

Como ya dije en una ocasión, soy de esas personas afortunadas que han podido viajar. He vivido en otros países e, incluso, en otros continentes. He conocido distintos tipos de personas y, sobre todo, me he adaptado a las distintas maneras de vivir. 

Vivimos en unos tiempos donde tenemos que priorizar las posibilidades. El futuro, ese aterrador enemigo, y todas las preocupaciones que le acompañan, son los encargados de movernos de un sitio a otro en busca de oportunidades. Ellos nos llevan a lugares que no se asemejan a lo soñado, a lo conocido y, mucho menos, a lo acostumbrado. Nos transportan a ciudades de lluvia, ruido y egoísmo, donde manda la rapidez, el tiempo y la soledad. Donde se olvida disfrutar de un paseo en un parque y donde el silencio, la paz y la tranquilidad murieron hace mucho.

Sin embargo, siempre se puede huir, aunque sea por un segundo, a algún lugar donde sentirse bien, donde sonreir un poco más, donde compartir paseos sin prisas, donde vivir un pelín más despacio y, de todo lo ya conocido, para mí, ningún lugar es mejor que la Toscana. Hace un par de años me enamoré de Italia, y en Italia. No debe ser casualidad, y es que la Toscana es un lugar para enamorarse, es alegría, es música, es helado, es pizza, es sol, es silencio, es paz, es armonía. La Toscana es un lugar para ser feliz.

Ya se sabe, para gustos los colores. Muchos pensaréis que peco, una vez más, de subjetiva. Probablemente, esos muchos seréis los que no habéis tomado un buen café desde una terraza en la piazza del campo de Siena. 

Hacedlo, y volved a leer este blog. 

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Y aprendo

Contigo aprendí que las risas no se cuentan y que las lágrimas se olvidan. Que los momentos mágicos los protagonizan los silencios y que las noches más llenas están vacías de palabras. Que los 'te quiero' poco importan si se dicen por rutina, y los 'lo siento' de nada valen si suman más de tres.


Contigo aprendí cómo amar sin dejar de amarse o cómo tener dos vidas, una contigo, otra sin tí, pero todas con lo mejor de un 'conmigo'. Y aprendí que, a veces, no hay almas más unidas que las que deben caminar por separado, que no hay corazones más enamorados que los que saben latir en soledad.

Contigo aprendí a llenar mi vida de "sin sentidos", a olvidar la lógica, la razón, y todas esas palabras amigas de la cordura, ya que contigo aprendí y contigo aprendo, que no hay amor más cuerdo que el que se lleva a cabo con locura.

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Gracias

Puede que acabe siendo una famosa escritora, quizás sirva en un bar de moda, o quizás sea ama de casa. Puede que me case, o que me divorcie y nunca sepa lo que es el amor para siempre. Puede que viva aquí, allá o aún más lejos, pero ¿que más da? Lo único cierto es que preocuparse por el futuro es como renunciar a tu vida por un desconocido.

Tanto crear sueños y esperanzas que hoy no valoré el abrazo de un niño, el sabor del chocolate, la suavidad de las sábanas o la canción francesa que sonó en la radio mientras me duchaba. Ahora quiero saltar en los charcos, cenar hamburguesas, beber tequila un lunes y gastarme todo lo ahorrado en ese vestido que tanto me gustó.


Hoy quiero alejar al miedo de un soplido, pisotear la tristeza y abrazar a la vida porque puedo, porque quiero, porque no importa si tus propósitos cada vez se ven más lejos. Hoy lucha, crea otros nuevos y no renuncies a nada.


Me he sentado y he analizado la vida. Sí, hazlo. Hazlo y quizás comprendas un poco menos tus lágrimas. Hazlo para darte cuenta de que, como yo, tienes lo ÚNICO que se necesita para alcanzar la felicidad: alguien con quien compartirla.


Hoy quiero dar gracias a mis amigos, por enseñarme el verdadero sentido de la amistad. Por conseguir que llamarlos sólo amigos suene insuficiente. Hoy quiero dar gracias a mi familia, porque todos forman los 8654xx pilares que me sujetan y porque yo soy lo que soy gracias a ellos.


Lo cierto es que la gente avanza, se enamora, se casa, forma familias, conoce gente distinta, pero los que son, los que siempre están, se quedan para darle sentido a tu vida, en mi caso, a tan sólo un vuelo de distancia.

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En memoria

Recuerdo que ese día daban 'Star Wars' en Antena 3. A mi padre aún no le habían trasladado a Cartagena, ¡y mucho le quedaba!, por lo que las cenas en mi casa, a cargo de mi madre, no eran mucho más que sándwiches calientes, pasta o sopa. (No le entusiasma mucho la cocina) Esa noche fueron los sándwiches. Yo llevaba todo el día fuera, entre colegio, clases de matemáticas que sirvieron de poco y un poco de 'paveo' por la ciudad. 
Es curioso lo que recuerda una de esos días que pasan a la historia, y no siempre para bien. 

Me senté en el salón con mi madre y me contó lo que había pasado. Recuerdo que mi reacción fue poco más que un "¿en serio?", y seguí comiendo, hasta que las imágenes de la televisión me dejaron helada en el sofá. Por aquel entonces yo sabía poco de política y mucho menos de terrorismo. En realidad, no sabía mucho más que de pantalones de campana, messenger o piercings en la oreja. Sin embargo creo que, ese día, todos nos hicimos un poco más adultos. 

Todos aprendimos lo que era el miedo, la empatía y la pena. Ese día todos lloramos por aquellos que no conocíamos pero que, por un segundo, fueron como nuestra familia, y todos juramos mantener en nuestro corazón a los que ese día se marcharon injustamente. 

Ese 11 de marzo España entera juró no olvidar, y puede que sea de las pocas promesas que todos hemos conseguido cumplir.

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Paraguas para dos

Me marcho mientras que la soledad recorre cada rincón de mi cuerpo buscando un lugar en el que asentarse. Y mientras camino el frío de este maldito invierno se adhiere a cada uno de mis huesos y me hiela más que nunca. Me subo al tren, y mi corazón sabe que está caminando solo.

Tú contemplas como me alejo, mientras que tu orgullo te ata al suelo de la estación, te paraliza... te convence. Y entonces te vas, y contigo se va la calidez en las noches de lluvia. Junto a tí se marchan las sábanas calientes y los pijamas empapados por nuestro sudor.


Y tras noches de lágrimas, sollozos y súplicas, la paz decide visitarme al amanecer. Llega y me regala días de calma. Me enseña a contemplar el cielo, a respirar profundo, a vivir despacio. Me enseña que las tormentas pasan y que, sin ellas, no sabríamos lo realmente fantástico que es el brillo del sol.


Me enseña que, a veces, el amor necesita días de lluvia y que, lo único importante, es aprender a compartir un paraguas, y esperar a que despeje.


No lo voy a negar. A veces no hay nada más hermoso que aquello que llega a doler. A veces no hay nada más eterno que por lo que merece la pena sufrir.


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Somos lo que somos

Cuando alguien permanece en un mismo lugar durante mucho tiempo, acaba detestándolo todo. Cuando alguien se marcha, empieza a valorar todo aquello que llegó a detestar y, cuando alguien está fuera mucho tiempo, comienza a añorar todo aquello de lo que quiso huir.

Yo, afortunadamente, he tenido el privilegio de marcharme. He tenido la posibilidad de no sólo viajar, sino de vivir en otras ciudades, en otros países, en otros continentes. He conocido diversas culturas, distintos tipos de gente y diferentes maneras de vivir la vida.


Alguien dijo por ahí que son los pequeños detalles los que nos definen y no puedo estar más de acuerdo. No es la política, la economía o la cultura lo que define a un país. Lo que nos distingue del resto son los pequeños detalles a los que nos hemos acostumbrado tanto que, sólo alejándonos, podremos identificarlos.


Allá donde voy oigo todo tipo de comentarios acerca de España, unos buenos, unos no tan buenos pero, en realidad, todos ciertos. Básicamente todo lo que se oye en televisión.Yo escucho, asiento e, incluso, comprendo. Pero por mi mente no deja de pasar la misma frase. 'No saben lo que somos'.


Nosotros somos un café y un periódico en un bar. Somos una mesa llena de gente con distintas conversaciones a la vez. Somos una caña en una terraza a media mañana mientras que se comenta con el camarero el increíble sol estando a enero. Somos sombrillas que se chocan en una playa en pleno agosto. Somos esas conversaciones en un banco tomando pipas.


Somos cenar a las once, cuando empieza la película de la 3. Somos las sobremesas interminables acompañadas de un buen café. Somos levantarnos a las 12 un domingo y vaguear todo ese día. Somos el olor a pan tostado a las 8 de la mañana o esa cabezadita después del teledario. Somos aquello que sólo nosotros conocemos, y por lo que debemos levantar un poco más la cabeza porque, os lo juro, no sabemos lo que tenemos.


Nunca está de más la autocrítica, pero creedme cuando digo que en todos lados se cuecen habas, y sólo nosotros invitamos a toda la familia a probarlas.

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Como agua entre los dedos

No te das cuenta que con la simpleza de un parpadeo puedes romper en mil pedazos tu mundo. Que como el sudor que recorre tu espalda dejarías caer los sueños, los deseos y la esperanza. Que como el mar acercándose a tus pies verías tus promesas llegar, pasar e irse.
Que con el suspiro de aquel que espera rendirías a tu corazón.

Tampoco te das cuenta que con el chasquido de los dedos romperías también mi mundo. Que como una sombra desaparecida en la noche abandonarías mi alma. Que como la lágrima deslizándose por tu mejilla dejarías caer todo lo que he sido, soy, y querría ser contigo.


Como viajero abandonarías mi estación, llevando en tu maleta las películas por ver, los postres por compartir y los lugares por visitar. Arrastrarías contigo los besos por probar, las miradas por cruzar y las sábanas por sudar.


Con la cabeza baja del perdedor, te marcharías en la oscuridad sin llegar a saber, realmente, lo que has perdido. Como aquel que se rinde, andarías despacio, girando la cabeza, por si tus dudas caminan a tu lado, o se han quedado para protegerme.


Y como quien no sabe sentir, me dejarías rodeada de un montón de nada, ante el fracaso de haber intentado crear un todo. Me dejarías atrapada en medio de ese montón de nada al que llamamos vida, una vida que no tendría sentido sin ti para construirla.

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Mi tierra

El mar choca contra las rocas. Las gaviotas parlotean entre ellas. Puede que hablen de que se está levantando el viento y es hora de buscar refugio.

Los cabos de los barcos comienzan a cabrearse y a hacer ese típico ruido que sólo los que hemos vivido en los pantalanes de los puertos, pescando y cazando cangrejos, conocemos. Un ruido que para otros sería desagradable pero que, a mí, me hace sentir en casa.


Las palmeras también empiezan a moverse. La bandera de España ondea duramente, como si quisiera anunciar que es hora de continuar el paseo dentro de la ciudad. Los marineros empiezan a asegurarse de que todo está en orden, mientras que Cartagena se prepara para un vendaval.


Y cuento esto porque, al cerrar los ojos, cuando imagino mi ciudad, esto es lo que se me viene a la cabeza.

Mar, sol, viento, barcos y gaviotas.

Es curioso lo que uno siente cuando está en su tierra y, lo mejor de todo, es que cada uno tenemos una, por lo que todos estáis entendiendo perfectamente de lo que estoy hablando.

Es esa sensación de paz, de tranquilidad, incluso cuando el viento choca contra tu cara, el mar te salpica y el agua te nubla los ojos.

Es esa sensación de seguridad. Como si allí nada malo fuese a ocurrir. Como si allí las malas noticias no llegaran. Como si tu tierra fuera un rinconcito apartado del mundo. Tu pequeño rinconcito. En mi caso, lo puedes encontrar al sureste español, bañado por el mar mediterráneo. Lo puedes encontrar escondido entre colinas y protegido por todos aquellos que, como yo, presumen de ser cartageneros.

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¡Feliz San Valentín! :)

Nunca he sido muy de San Valentín. En realidad, nunca he sido de ninguna fiesta a la que no le encuentre una razón histórica, e incluso a veces ni eso. Nunca he comprado nada ni he salido a cenar con motivo de este día.

Sin embargo, desde hace algún tiempo empiezo a encontrarle un sentido, o más que un sentido, le empiezo a tener simpatía.


Tenemos el día del padre, el día de la madre, el día contra el cáncer de mamá, el día por las víctimas del terrorismo e, incluso, tenemos el día de la radio, del profesor o del médico.

Sin embargo, es este día el que crea discusión e incluso rechazo e, igual que no lo entendería del resto, empiezo a no entenderlo de este. Es más, quizás son esas reacciones las que me hagan un poco más defensora.

¿Por qué no celebrar el día del amor? ¿Acaso hay algo más bonito para celebrar? Para mí, hoy se celebra que has tenido la suerte de tener una persona especial con la que compartirlo.


Cada año hay dos grupos que se quejan de este día; los emparejados que se sienten forzados a celebrarlo y los que no tienen con quién y muestran sus frustraciones en público a través de las distintas redes sociales.


A los primeros, cada uno elige cómo celebrar San Valentín, nadie está obligando a nadie a regalar nada. Más me fastidiaba a mí pasarme dos semanas en el colegio preparándole una taza a mi padre que, probablemente, iba a ser horrorosa y absolutamente inútil.


Y a los segundos, mi sector favorito, tened paciencia, algún día tendréis con quien salir a cenar hoy, ya que estoy segura de que en el momento que estéis felizmente ennoviados dejaré de leer esas entradas con frases tan quemadas como que hoy es el día de 'El corte Inglés'.


Mientras tanto podéis seguir celebrando Halloween, gastando en disfraces y en pintura. Al fin y al cabo, esa fiesta está mucho más justificada.

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Como la mía

Está amaneciendo. Los pájaros anuncian un nuevo día mientras que la gente empieza a llenar las calles de la ciudad. La ciudad, una que no es mía, y que nunca lo será.

La gente va de aquí para allá, con sus tés en la mano, mirando con torpeza los nuevos correos de sus móviles. Se chocan los unos con los otros pero, aún así, no faltan ni sonrisas, ni disculpas. La amabilidad inglesa, ya me entendéis, toda una fachada, pero de eso no vengo a hablar.


Yo permanezco al otro lado de la ventana, observando, preguntándome cómo serán sus vidas. Preguntándome si amanecen solos, si realmente suspiran por una vida que no tienen o si al acabar el día tienen algo que merezca la pena contar, o recordar.


Me pregunto si todas sus sonrisas no son más que la coraza de una nostalgia escondida por lo que no se tiene, y se desea.

Sonrisas como lo mía.

He corrido las cortinas y me meto en la cama. Realmente, no hay nada ahí fuera que me merezca la pena observar.

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