Mi tierra

El mar choca contra las rocas. Las gaviotas parlotean entre ellas. Puede que hablen de que se está levantando el viento y es hora de buscar refugio.

Los cabos de los barcos comienzan a cabrearse y a hacer ese típico ruido que sólo los que hemos vivido en los pantalanes de los puertos, pescando y cazando cangrejos, conocemos. Un ruido que para otros sería desagradable pero que, a mí, me hace sentir en casa.


Las palmeras también empiezan a moverse. La bandera de España ondea duramente, como si quisiera anunciar que es hora de continuar el paseo dentro de la ciudad. Los marineros empiezan a asegurarse de que todo está en orden, mientras que Cartagena se prepara para un vendaval.


Y cuento esto porque, al cerrar los ojos, cuando imagino mi ciudad, esto es lo que se me viene a la cabeza.

Mar, sol, viento, barcos y gaviotas.

Es curioso lo que uno siente cuando está en su tierra y, lo mejor de todo, es que cada uno tenemos una, por lo que todos estáis entendiendo perfectamente de lo que estoy hablando.

Es esa sensación de paz, de tranquilidad, incluso cuando el viento choca contra tu cara, el mar te salpica y el agua te nubla los ojos.

Es esa sensación de seguridad. Como si allí nada malo fuese a ocurrir. Como si allí las malas noticias no llegaran. Como si tu tierra fuera un rinconcito apartado del mundo. Tu pequeño rinconcito. En mi caso, lo puedes encontrar al sureste español, bañado por el mar mediterráneo. Lo puedes encontrar escondido entre colinas y protegido por todos aquellos que, como yo, presumen de ser cartageneros.

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